domingo, 25 de noviembre de 2012

“¡Qué desigualdades!. Unos tanto y otros tan poco. Falta equilibrio, y el mundo parece que se cae. Todo se arreglaría si los que tienen mucho se lo diesen a los que no poseen nada. Pero ¿qué sobra?”








                                                        de D.  Benito Pérez Galdós



Qué buen libro hemos leído estos días en el club de lectura, qué bien escrito y cuántas historias dentro.  Está lleno de novelitas que conforman la novela, esto es a lo que llegamos como conclusión: hay muchas historias que, a veces, pueden entorpecer o desviar la novela en sí y que, sin ellas, no se concibe la obra, claro.  Toda la novela es reflejo de una época donde las clases sociales estaban claramente delimitadas y donde muy pocos tenían acceso a algo más.

Y los personajes… qué bien retratados y qué tópicos y característicos.  Desde las protagonistas, Fortunata y Jacinta, hasta los otros: Estupiñá (es un estudio de la obra, anotaban la coincidencia de este nombre con el de Estúpido ¿?¿?¿) Mauricia, la dura; doña Lupe, el boticario, todos los personas que desfilan por las tertulias del café; la iglesia siempre tan retratada y mal parada.

En fin, dado la cantidad de personajes que encontramos (se habla de unos 1.500!!!) y el papel que cada uno de ellos desempeña, es muy laborioso y largo el análisis de esta obra.

Pero sin duda y sin menospreciar a todos, el autor se encargó muy bien de  titular el libro con las dos figuras relevantes:  Fotunata y Jacinta.  Siendo antagónicas en sus orígenes, en sus intenciones y en sus vidas, estas señoras están irremediablemente condenadas a estar juntas en sus devenires: una, Fortunata, enamorada de quien no debe, de un hombre casado y de otro estatus social.  Y Jacinta, casada con aquel, perdidadamente enamorada de su marido y deseando tener un hijo que no puede concebir.  Pero que sí engendra Fortunata y que, al final de la historia, el dilema se soluciona de una forma lógica y favorable.  No diremos cómo para no desvelar el final de libro.

Está perfectamente bien escrito, utilizando un castellano lleno de referencias a la ciudad de Madrid, con sus calles y costumbres que a algunos tanto nos suena.   Un extenso glosario llena el libro.  Las calles del centro, los sitios de un Madrid costumbrista y propio del siglo XIX.  Los personajes están revestidos de todos los tópicos y caracteres singulares de unos años en donde la burguesía presumía de tener descendencia que no tuviera que trabajar o donde tener amantes era síntoma de distinción y las calles eran mareas de pobreza, incultura y malos olores.  Y ellas, las mujeres, resignadas a un destino que, por otro lado, era nada interesante, recluídas en el hogar dedicadas a las tareas de la casa y a criar a los hijos y cuidar de los maridos y, todo lo más, a hacer como doña Guillermina, obras de caridad.  Éstas mujeres, las de esta clase alta social, eran las afortunadas y a este grupo pertenece Jacinta.

El resto de las mujeres, la inmensa mayoría, son pobres desdichadas, sin formación, sin cultura y predestinadas a un mundo de miseria y calamidades, avocadas a una vida de penurias, donde poder subsistir también depende de sus encantosy argucias.  Este es el caso de Fortunata, enamorada y correspondida, del marido de Jacinta  con el que llega a tener dos hijos;  sabedora de su belleza y poder .  Muere el primer niño y el segundo es entregado a Jacinta y con ello se redondea todo el argumento del principio al fin del libro.

Y para concluir, “hay un mundo que se ve y otro que está debajo, escondido y lo de dentro gobierna lo de fuera, no anda el reloj, sino la máquina que no se ve”.


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