martes, 11 de marzo de 2008

Do n Vicente o el bibliófilo asesino




Locos por los libros (II): Don Vicente o el bibliófilo asesino <http://weblogs. madrimasd. org/futurosdelli bro/archive/ 2008/03/07/ 86096.aspx>

Joaquín Rodríguez en el Blog Los futuros del libro
Enviado el viernes, 07 de marzo de 2008 7:04
http://weblogs. madrimasd. org/futurosdelli bro/archive/ 2008/03/07/ 86096.aspx

Max Sander, bibliógrafo norteamericano, escribió en el Journal of Criminal Law and Criminology <http://links. jstor.org/ sici?sici= 0885-2731% 28194309% 2F10%2934% 3A3%3C155% 3AB%3E2.0. CO%3B2-R> , en el año 1943, en un artículo titulado "Bibliomania <http://links. jstor.org/ sici?sici= 0885-2731% 28194309% 2F10%2934% 3A3%3C155% 3AB%3E2.0. CO%3B2-R& size=LARGE& origin=JSTOR- enlargePage> ", que los bibliómanos son personas que sufren de "una compulsión mental irresistible, patológica" que "ha producido más de un crimen lo suficientemente interesante para ser recordado".

El artículo comenzaba estableciendo el perfil psicológico en el que el coleccionismo compulsivo, lejos de ser una manía enfermiza, se convertía en un placer intransitivo, si bien esos goces solitarios podían llegar a derivar en patologías peligrosas con resultados criminales: "Algunas personas creen que coleccionar libros antiguos es una forma de insanía leve. El coleccionista, por su parte, se ríe del ignorante que no puede entender el placer del coleccionismo. El filósofo dice: Ne quid nimis, no vayas tan lejos. Pero entre todos los adagios, este es el más difícil de seguir. El bibliófilo es el dueño de sus libros, el bibliomaníaco es su escalvo. Con el desarrollo de la bibliomanía, la llama templada y amigable del hobby se convierte en una llama devastadora, vengativa, una tempestad vehemente de perdición y de pasiones. Estamos en presencia de una compulsión mental irresistible y patológica que ha producido -como decía al principio- más de un crimen lo suficientemente interesante para ser recordado".

Don Vicente, un monje español, bibliotecario de una abadía cisterciense cercana a Tarragona, fue uno de estos casos reseñables, una pasión tormentosa que acabó en un quíntuple asesinato: una noche del año 1830 el monasterio sufrió un robo y entre el botín que los cacos se llevaron se encontraban algunas preciosas joyas incunables de la biblioteca. Don Vicente, poco después, abandonó los hábitos y el monasterio y se estableció como librero de viejo en Barcelona, famoso por adquirir muchos más libros de los que vendía, por ser su mejor cliente. En el año 1836 salió a la venta el ejemplar, supuestamente único, de los Furs e Ordinations de Valencia, una de las obras iniciales de la imprenta español salida de los talleres de Lambert Palmart <http://es.wikipedia .org/wiki/ Lambert_Palmart> , el impresor alemán afincado en la costa levantina, considerado el autor del primer incunable conocido en nuestro país, las Obres e trobes en lahors de la Verge María <http://es.wikipedia .org/wiki/ Obres_o_trobes_ en_lahors_ de_la_Verge_ Maria> .

Un pequeño consorcio de libreros, encabezado por un tal Augustino Patxot, consiguió hacerse con el ejemplar deseado en la puja entre rivales y, tres días después de que esa enajenación sucediera, Patxot fue encontrado carbonizado entre los escombros de su librería, reducida a cenizas tras el incendio que se había declarado. Lo mismo ocurrió con los cuatro valedores de Patxot -un párroco, un poeta, un juez y un regidor-, hallados muertos en las inmediaciones de Barcelona al cabo de los días.

Don Vicente era un sospechoso obvio y las investigaciones policiales realizadas en su librería encontraron, en una de las estanterías altas más inaccesibles, el ejemplar de losFurs y, también, libros que habían pertenecido a cada uno de los contrincantes que se habían interpuesto en el camino de un coleccionista obsesivo. Don Vicente se declaró, inicialmente, inocente de los delitos atribuidos pero terminó confesando cuando se le aseguró que, independientemente de su destino y condena personales, su biblioteca sería conservada íntegramente, sin división ni demérito. Ante la corte que lo juzgó, y según dicen las crónicas, al ser acusado de rampante y simple ladrón Don Vicente contestó que no lo era en absoluto, que nada tenía que ver con semejante especie. Al ser interpelado por las razones de que lo condujeron al asesinato, buscando quizás arrepentimiento o contricción con los que atemperar su pena, Don Vicente repuso -quizás de manera apócrifa- que "todos los hombres tienen que morir, antes o después, pero los buenos libros deben de ser conservados" .

Ante esta contumacía bibliomaníaca y la evidencia palmaria de la condena que le llevaría a la muerte, el abogado defensor intervino apelando a la evidente insanía del acusado, a su deriva enfermiza, y a la circunstancialidad de las pruebas encontradas en su librería. El fiscal, ante eso, repuso que la prueba evidente e incontrovertible del caso seguía siendo el ejemplar único de los Furs encontrado en sus estanterías, pero el abogado defensor, preparado para el contrataque, arguyó de manera convincente que en absoluto era único, que existía otro ejemplar similar en Francia... Don Vicente, a punto del colapso, apesadumbrado, histérico, preocupado tan solo por la naturaleza irrepetible de su libro y no por su propia vida, gritó: "Mi copia no es única..."

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Alfonso Moreira
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